En mi etapa como Párroco en un pueblo de Madrid, donde ejercí mi ministerio sacerdotal durante doce años, tuve la oportunidad de leer un libro de José Javier Esparza, titulado «Jérôme Lejeune: amar, curar, luchar», que versa sobre la fascinante vida del descubridor del origen del Síndrome de Down. En ese momento trabajaba en las diversas realidades pastorales de la comunidad parroquial con dos niños que habían nacido con este síndrome. Sin lugar a dudas, dos regalos que el Señor me concedió para enseñarme la gran sensibilidad y exquisitez religiosa que ellos, desde su sencillez y transparencia, me ensañaban constantemente. Muchos días los recuerdo con gran cariño, siempre menos del que yo recibí de ellos, pues fue mucho.
Necesitaba en esa circunstancia tener un conocimiento de quien es considerado el padre de la Genética moderna. He de decir que desde la adolescencia me habían interesado los estudios de Mendel y sus conocidas leyes en las que se nos habla acerca de la transmisión por herencia genética de las características de los organismos padres a sus hijos tal y como define la llamada Genética mendeliana.
Lejeune estudió a personas con Síndrome de Down y otras alteraciones de tipo genético, teniendo siempre un gran respeto a la vida y a la dignidad de todos. De hecho, fue propuesto para el Nobel en el año 1970, pero lo perdió por oponerse a la Ley del aborto terapéutico que se iba a aprobar en aquellos años en Francia. No obstante, durante algún tiempo presidió la Academia Pontificia para la Defensa de la Vida. Una de sus frases fundamentales que permanece en la memoria de todos es esta: «Pesa menos un niño en los brazos que en la conciencia».
A su muerte, su mujer Birthe tomó el testigo de su esposo y, tras su conversión del Luteranismo al Catolicismo, investigó, cuidó, defendió a las personas portadoras de una discapacidad intelectual de base genética. También ella, a través de su fundación y de su compromiso como miembro de la Academia Pontificia para la Defensa de la Vida, fue y es un ejemplo de la ruptura de barreras y prejuicios y de un trabajo incansable por la defensa de la vida. Buscó por encima de todo el éxito de la honestidad por el bien de la persona y el desarrollo integral de la misma, así como su inserción en los diversos ámbitos de nuestra sociedad, procurando el crecimiento total de los discapacitados desde el respeto absoluto a la persona y su consideración en base a un derecho fundamental, como es la vida y la felicidad de todos.
Un matrimonio ejemplar, atendiendo a un valor inviolable, de carácter sagrado, como es la vida; haciendo de la investigación un cauce de nobleza y honestidad para ayudar a quienes por el hecho de su discapacidad no pueden ser desplazados o desatendidos, pues forman parte de nuestra existencia y son ciudadanos del mundo a quienes hemos de escuchar y de quienes hemos de aprender para no perder referencias fundamentales que parecen olvidársenos con relativa frecuencia.
Posiblemente en estos días complicados muchas de estas personas nos han dado, junto con los niños, un gran ejemplo de prudencia y de adaptación a las circunstancias. En muchos casos habrán servido de extraordinario revulsivo en el ámbito de sus familias y su cariño habrá sido la expresión del aire fresco que no podía respirarse en la calle por no poder salir, pero que en ellos era una magnífica fuente de oxígeno en la compañía, en los gestos de afecto que, seguro, han manifestado constantemente. Así, de este modo, sin pedir nada más, con amor, con afecto, con su mirada, con sus caricias, también con sus abrazos.
Una vez más, los más pequeños e insignificantes de nuestra sociedad, de nuestro mundo, son los más grandes e importantes para ayudarnos a comprender un camino inminente que ya se acerca y que necesita del esfuerzo, de la ayuda y del aprendizaje de todos.
Jérôme Lejeune decía que «Ante la enormidad de la tarea y la formidable necesidad de tener éxito, nuestro deber se resume en una frase: no abandonaremos jamás». Este es, a mi juicio, el camino y la línea vital que hay que emprender.
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«No abandonaremos jamas» a ningun ser creado con un amor incansable que solo Dios puede proporcionar y no olvidemos nunca que tenemos y podemos aprender desde los mas pequeños de nuestro alrededor, ellos con ternura y inocencia dejan huellas en nuestros corazones y nos dan un ejemplo de vida que nunca hemos podido contemplar. La vida es el regalo supremo del Eterno y inviolable y por eso hay que asomarse para ver los pequeños detalles que son la base y el secreto de una vida feliz y plena. Los mas desfavorecidos caminan con dignidad y simpleza entre nosotros y dandonos una leccion de superacion y lucha incansable para poder llegar a metas que unos ni se imaginan. Aprendemos desde la humildad que Dios crea y ama a su pueblo y a cada uno de nosotros con la misma ternura y nunca nos abandona. Hasta mañana padre Ivan.
Gracias una vez más por hacernos volver nuestra mirada amorosa hacia los más pequeños, los niños y a los que hemos considerado inferiores por ser diferentes. Ellos son los q nos están aportando en estos momentos lo q más necesitamos: el cariño y la simplicidad con su natural alegría inocente que nos regalan y nos sitúan en lo que más importa y que, subidos en nuestra prepotencia, no hemos sabido percibir. Este es uno de los regalos para reflexionar en este parón inesperado de nuestra vida.
Por suerte, no por desgracia, me ha tocado convivir en cierto modo con algunos niños, familiares, si no con síndrome de Down, con algún nivel de discapacidad suficiente como para no poder desenvolverse como cualquier otra persona de su edad. De esta experiencia lo que he sacado en conclusión es que han sido aspectos positivos para mí. Ellos me ha enseñado mucho, aunque parezca o sea una paradoja, hasta el punto de que en ocasiones me hubiera gustado tener el nivel de humanidad que emanaba de esas almas tan buenas.
Qué humildad y transparencia de sentimientos, qué inocencia. Ves a través de la mirada inocente de estas personas la cara del Señor.
Lo dejo porque me estoy emocionando.
El relato bíblico nos habla cuando a Jesús le llevaban a los niños para que los tocara, posiblemente a modo de bendición, pero los discípulos desaprovaban esto considerando la importancia de Jesús como para no ser molestado por los niños, Jesús reprendió a sus discípulos diciéndoles que dejasen que se acercaran a él, ya que en ellos reside el Reino de los cielos, asegurando que el que no acepte el Reino de Dios como un niño jamás podrá entrar en él.
Aquí tenemos un gran ejemplo sobre el cariño, protección, interés y representación de los niños expuesto por JESÚS.
Gracias, por esta meditación que nos hace dedicar un tiempo a los más pequeños ya que ellos no molestan.
Nuestra respuesta al inmenso Amor de Dios privilegia a los más pequeños y débiles de sus hijos.
¡¡ gracias, es una muy valiosa y convincente meditación!!