En determinadas épocas del año, como pueden ser las fechas próximas a la Navidad y el tiempo de la Semana Santa, algunos canales de televisión programan películas consideradas clásicos que no pueden faltar en la oferta de su parrilla televisiva, es el caso del trabajo realizado en el año 1946 por Frank Capra en el film titulado «Qué bello es vivir». Una emotiva historia protagonizada por James Stewart en el papel de George Bailey quien, fruto de la desesperación, no ve más salida a los grandes problemas que le acechan que el suicidio. La aparición de un ángel trastocará el plan previsto por el protagonista y le mostrará la importancia y el sentido de su vida, a través de una frase que marcará todo el desarrollo de la trama: «¿Y si no hubieras nacido?»

La película no obtuvo ningún premio relevante, como pueden ser los Oscar de Hollywood, pero sí mereció un reconocido galardón a la labor del director consiguiendo un Globo de oro al meritorio trabajo que había realizado. Sirva esta introducción y este homenaje a un tipo de cine al que yo denomino como Cine en valores para compartir con vosotros algo que a lo largo de estas reflexiones he ido perfilando, la importancia de la vida.

Una existencia entendida, en primer lugar, como un regalo que nos ha sido concedido para su cuidado y desarrollo y que ha de ser valorado en su justa medida. La vida habrá de entenderse como posibilidad renovada constantemente para crecer desde el punto de vista interior y para poder construirme desde unos valores y referentes inalterables que tienen como principio y como fin al Señor y dueño de todo lo creado.

Estos meses durísimos que hemos compartido conociendo el desarrollo de la pandemia habrán servido para, en algún momento, reconocer la importancia de lo que tenemos: la vida. No una vida cualquiera, sino nuestra vida: singular, específica, única e irrepetible, llamada a colaborar junto con los demás de un desarrollo factible por una sociedad justa, equilibrada, donde puedan desaparecer las diferencias tan graves que perjudican sobremanera la dignidad de la persona.

Tal vez, esta situación nos esté ayudando a considerar la riqueza tan grande que tenemos cada vez que sentimos la luz del sol en nuestro rostro y respiramos la dulce brisa de la mañana. El sentido de agradecimiento ha de ser una constante. No somos más débiles si nos reconocemos débiles, al contrario, la grandeza y la altura de nuestra humanidad se verán reseñadas considerablemente cuando ofrezcamos nuestra acción de gracias a quien hace posible que tengamos esta experiencia cada día que nos alumbra.

En el camino de la vida hemos de aprovechar todos los momentos que se presenten ante nosotros y que sirven para ese aprendizaje que nos ilusiona, nos interroga, nos hace reflexionar y nos exige una respuesta ante nuestra propia vida y ante la vida que compartimos con los otros. Necesitamos escuchar para poder aprender, para poder enseñar, para poder amar, para poder vivir plenamente, al igual que es muy importante el diálogo, como ya os he comentado.

No existirá un verdadero compromiso con nuestro mundo y con nuestra sociedad, si no aprendemos a escuchar de verdad, sin complejos, con un convencimiento claro de que hemos de contribuir con nuestras aportaciones para poder mejorar. En este sentido, la capacidad de discernimiento es un trabajo laborioso.

La vida nos ofrece ejemplos y posibilidades para que en ese aprendizaje continuado surjan soluciones ponderadas y llevadas a la oración, con el único objetivo de establecer puentes que hagan realidad el anhelo de un futuro mejor, más puro, más sencillo y menos complicado desde el punto de vista de las relaciones humanas. Por tanto, podríamos afirmar un futuro menos burocratizado y más humanizado.

Es desde este planteamiento desde donde hemos de decir un no rotundo a todo atentado contra la vida en cualquiera de sus estados y un sí definitivo a la lucha por la VIDA. Un combate que será exitoso si, desprovistos del orgullo, de la vanidad, de los personalismos egocéntricos y absurdos, comenzamos verdaderamente el trabajo desde la humildad, la sencillez, la honestidad, la coherencia de vida, la fe y la responsabilidad social. 

Decía San Agustín: «Debes vaciarte de aquello con lo que estás lleno para que puedas ser llenado de aquello de lo que estás vacío». Extraordinario pensamiento que en este día nos invita a considerar alguien que sabía perfectamente dónde se encontraba el sentido de la vida.

Dale al play para escuchar la reflexión completa.

Audio: Iván Bermejo, Párroco de San Marcos, Alcalá de Henares.

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