El periodista Arnold S. Cohen publica en el año 1999 una biografía de un Obispo salesiano premio Nobel de la paz, me refiero a Carlos Ximenes Belo. En dicho libro titulado «Timor, la búsqueda de la paz» se nos presenta a una persona entregada desde su fe y desde su consagración particular por llegar a una solución pacífica del conflicto que asolaba el Timor oriental por parte del violento y dictatorial régimen militar indonesio.
No traigo a colación a esta figura tan representativa por encontrarnos en una situación similar a la que vivió, ni mucho menos, sino por lo que intenta transmitirnos en su acción y a través de su pensamiento. Leyendo su biografía aparecen claramente significadas tanto la gran fuerza en perseverancia ante situaciones tan extraordinarias y arrolladoras como el poder de la fe y la gran capacidad de resistencia fruto de esa convicción que le motivaba a luchar por salvar ese conflicto que allí se había originado.
Uno de sus pensamientos resulta clave también para nosotros en estos momentos. Decía Ximenes Belo que «la paz es siempre posible. Es importante educar para una cultura de paz porque esta reconvierte las mentes y los corazones abriéndolos al diálogo». No resulta muy complicado observar cómo en diferentes medios todavía existen luchas para intentar determinar opiniones que sobresalgan por encima de otras e, incluso, resulta difícil seguir un coloquio donde no aparezcan determinados sesgos que distraigan el pensamiento y el cuidado que han de prestarse en una situación como la que estamos viviendo donde día tras día despedimos a cientos de personas muy queridas, cercanas o no a nosotros, seres humanos que por causa de esta enfermedad no pueden superar los efectos que en sus vidas producen y dejan un gran vacío en el conjunto de nuestra sociedad.
Si deseamos combatir juntos esta grave crisis sanitaria que nos viene aquejando desde hace meses, debemos hacer un esfuerzo por vencer las dificultades con diálogo y con deseos ciertos de paz, con una orientación y un objetivo claros y determinantes: hacer posible que el trabajo común sea para seguir atendiendo a las personas contagiadas, ayudando a quienes están más críticos en su salud y consolando a quienes han perdido a alguien cercano. Todo esto ha de nacer desde el diálogo y no desde el conflicto o la lucha de ideas. No es el momento de ello.
Hay quien afirma que toda relación humana se divide en cuatro puntos: amar, sufrir, luchar y vencer. El que ama, sufre; quien sufre, lucha; y los que luchan, siempre vencerán. Desconozco la autoría de este pensamiento, pero me parece muy acertado y muy real e, incluso, fácilmente aplicable al contexto y a la situación por las que estamos atravesando. Voy a detenerme junto con vosotros, si queréis acompañarme, en el desarrollo de los cuatro verbos con los que se enuncia la idea: amar, sufrir, luchar y vencer.
Creo no confundirme si afirmo que el Covid-19 nos está haciendo más sensibles a muchas realidades. Los creyentes reafirmamos nuestro amor a quien todo lo puede y aquellos que no lo son tanto están comenzando un proceso de vuelta hacia Dios. Somos más agradecidos al conjunto de la creación que nos rodea. No se trata de un ecologismo sin sentido, me refiero a una contemplación detallada de lo bello, de aquello creado que conforma nuestro planeta. Reconocemos esta singularidad creacional y la sentimos más cerca de nosotros, es más, es considerada parte fundamental de nosotros mismos. Esta circunstancia hace que nos valoremos como parte muy destacada de este planeta junto con el resto de habitantes a los que sentimos más cerca.
La pandemia no ha hecho distinción entre razas ni culturas. Valorar esto nos hace sentirnos ciudadanos en conjunto llamados a compartir una misma realidad y a vislumbrar un mismo horizonte de esperanza en una salida próxima.
No nos resultan extraños los gestos de sufrimiento de las naciones. Escuchamos su gemido de dolor y los lazos de la fraternidad nacen entre nosotros valorando a todos sin excepción como tesoros que hay que cuidar y a los que hay que recordar cuando falten. Estas realidades de sufrimiento nos permiten discernir también con el corazón para no quedarnos en un mero sentimiento sin ir más allá, esto es, nos hacen pensar en la ejecución de acciones solidarias y fraternales que ayuden a paliar estas situaciones de dolor.
La lucha por la vida y por la igualdad entre las personas donde todas reciben la atención que demandan; los sentimientos de hermandad entre los pueblos y naciones hacen posible que existan razones para poder hablar de un cambio no como una ilusión utópica sin más, sino como una reconstrucción posible a corto- medio plazo. Para ello, resulta vital vencer los temores, la pasividad, el desánimo que puedan surgir en algún momento concreto y apartar las quejas.
El futuro, aunque parece incierto, es apasionante si con la ayuda de todos nos esforzamos y trabajamos desde el diálogo y el deseo de ayudarnos con un fin común.
Decía el escrito británico, Charles Dickens, autor de numerosas obras entre las que destacan «Oliver Twist» y «Cuento de Navidad», que «el ser humano nunca sabe de lo que es capaz de hacer hasta que lo intenta».
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¡ es un estupendo programa de acción redentora!…¡que el Señor nos guíe para mantener ese espíritu!