Hay algunas tendencias en nuestro mundo actual que hablan de encontrarnos inmersos en una gran distopía. Este concepto, proveniente etimológicamente de la lengua griega, define con el prefijo dis- el carácter antónimo y, por tanto, contrario al término acuñado por Santo Tomás Moro en la primera mitad del s. XVI cuando hablaba de la utopía como algo irrealizable. En este sentido contrario, me refiero a la noción de distopía, hablar de una sociedad no deseable donde la fatalidad y el desastre parecen haberse asentado para quedarse definitivamente nada tiene que ver con los planteamientos acuñados por Orwell o Huxley que en su momento ponderaban un futuro más esperanzador y con un carácter distinto.

Los defensores de la distopía como corriente, incluso como forma de pensamiento, se encuentran en las antípodas de un convencimiento de Fe y, por tanto, de esperanza como fuerzas elementales en el camino de quienes están abiertos a lo trascendente y reconocen en sus propias vidas la experiencia del encuentro. Es el caso del cristianismo que lejos de entenderse como ideología, surge como novedad en la historia de la humanidad, como forma de vida característica y singular con posibilidades de transformar a las personas teniendo un referente claro, Dios mismo, y no una divinidad cualquiera, sino la que se hace carne en la persona de Jesús y comparte con las mujeres y hombres de todos los tiempos su propia historia, dotándola de sentido y alentándola en un camino de perfección que tiene como fin último la vida eterna, la salvación, la felicidad para siempre.

Reflexionemos por unos instantes: quienes hemos conocido este anuncio y habiendo recibido el don de la Fe nos hemos adherido al mensaje del resucitado. De este modo, debemos ser conscientes de la urgencia por alimentar en nuestro interior, en nuestra alma, en nuestra vida todo lo que hemos recibido como anuncio renovador, lleno de vida y de verdad. Es el punto de partida para que la presencia del creyente, del discípulo actualmente sea un revulsivo que acompañe, motive, anime en el consuelo, en el descanso cuando se produce la fatiga y en ofrecer balones de oxígeno que permitan el desahogo de las frustraciones o ilusiones sesgadas por una circunstancia o circunstancias como las que nos encontramos soportando en estos momentos.

Bien es cierto que las posibles iniciativas que puedan surgir en el mañana posiblemente adolezcan de criterios que sean justos; lo importante es comenzar de nuevo y tener una idea clara y un horizonte definido. En este sentido, nunca pueden faltar unos referentes que no solo sean motivacionales, sentimentales o afectivos, sino que han de llevar impregnados los valores inalterables que revistan a la persona con toda su dignidad y donde siempre broten grandes dosis de humanidad y de fraternidad. Considero que si este trabajo es común y trabajamos para que la estructura social pueda cambiarse, nosotros, convencidos de un mensaje que ha transformado el mundo por completo, tendremos mucho que decir para que el término solidaridad no quede mutilado, ensombrecido, adulterado, manipulado incluso por los llamados «poderosos de la Tierra» o por quienes no son capaces de vislumbrar más allá del dinero, del dominio, de la condena, de la enemistad o de las luchas fratricidas, por desgracia, muy arraigadas en algunas estructuras sociales que nos rodean.

El Papa Francisco invita a todas las personas de buena voluntad a que cambiemos el mundo; nos hace un llamamiento para que sigamos haciendo posible la obra de Dios. Lo hemos de hacer con pasión e inteligencia, pero sin violencia, dirá el Papa.

Hoy deseo terminar con un pensamiento que el Santo Padre transmitió en Bolivia a las personas que le escuchaban en el año 2015: «Digamos juntos desde el corazón: ninguna familia sin vivienda, ningún campesino sin tierra, ningún trabajador sin derechos, ningún pueblo sin soberanía, ninguna persona sin dignidad, ningún niño sin infancia, ningún joven sin posibilidades, ningún anciano sin una venerable vejez». Yo añadiría: ningún hombre o mujer sin esperanza. Así seguiremos trabajando por la obra de Dios en nuestro mundo. 

Dale al play para escuchar la reflexión completa.

Audio: Iván Bermejo, Párroco de San Marcos, Alcalá de Henares.

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