A lo largo de la vida se presentan ante nosotros personas que dejan una huella para siempre. Es el caso de Don Luigi Orione, sacerdote italiano, canonizado en el año 2004, fundador de la pequeña obra de la Divina Misericordia y conocedor del apostolado de Don Bosco al que conoció en Valdocco. Un gran defensor social y promotor de la atención a los niños de escasos recursos económicos para poder ayudarles en sus estudios. Uno de sus pensamientos resume el contenido de su vida: servir a Dios en los pobres, en los hermanos, en los que sufren, en los más pequeños.

Los medios de comunicación social, en sus diversas informaciones, nos alertan sobre una realidad que anunciaba en anteriores meditaciones y que parece ser que comienza a plasmarse con una evidencia cada vez mayor en las Parroquias, en las Cáritas diocesanas y en los bancos de alimentos. Se incrementa el número de familias que acuden a estos lugares a solicitar ayuda para poder resolver en sus vidas, al menos, la atención primaria, lo más fundamental: el alimento.

Al igual que el Señor les dice a sus discípulos: «dadles vosotros de comer», también nos lo pide en estos momentos duros y difíciles a quienes deseamos seguirle con sinceridad de corazón y honestidad de vida cristiana. ¿Cómo podemos hacerlo? Preguntaremos al igual que lo hicieron en su momento aquellos que compartían diariamente su predicación. La respuesta vuelve a ser otra vez una actitud de confianza a quien todo lo puede.

¿Qué tenemos? Aunque sea poco, todo resulta importante, pues la acción es la que cuenta y nuestra pequeña aportación contagiará en sentido positivo a otras ayudas que, en mayor o menor medida, harán posible paliar las necesidades básicas de aquellos que hoy lloran por no tener alimento con el que poder mantener a sus hijos y poder sobrevivir ellos mismos.

Don Orione dirá que «solo la caridad salvará al mundo». Saber compartir de manera discreta y humilde, sin exaltación de egos y sin publicidades absurdas, es uno de los caminos para hacernos más cercanos a una perfección que no está al margen de esta dimensión práctica y concreta de la Fe. Tal vez este tipo de acciones de caridad no sea portada en ningún diario de tirada nacional o internacional; puede ser que no resulte de interés el que existan iniciativas que miren esta circunstancia tan importante en función de atender esta fatalidad inminente; es posible que no se reconozca una labor que la Iglesia viene realizando con carácter urgente desde las diversas Cáritas Parroquiales, sobre todo, desde la última crisis económica que padeció Europa y que sacudió a nuestro país de modo muy violento. Pero lo que más nos urge es el amor a Dios y la expresión de ese amor que lo vemos reflejado en esta realidad de dolor y de sufrimiento.

La acogida en estas circunstancias que soportamos ha de ser vital para que nuestro deber como creyentes sea eficaz. Nunca he estado de acuerdo en mantener un criterio único y exclusivo de dar alimento sin interesarse previamente por las personas que acuden a solicitar nuestra ayuda. Los necesitados nunca han de perder su dignidad como personas por el hecho de que puedan presentar una carencia económica, social o de otro tipo.

San Pablo nos dice que «ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, pues todos somos hijos de Dios». Esto mismo es lo que ha de prevalecer por encima de todo y este ha de ser el criterio único que prime por encima de cualquier tipo de burocracia para poder, así, enjugar el rostro, muchas veces cargado de sufrimiento y de lágrimas, de aquellos que vienen ante nosotros a solicitar lo más necesario para poder seguir viviendo.

Consideremos esto, pues esta es la dimensión profunda que el Concilio Vaticano II nos invitó a considerar y a llevar a la práctica cuando nos envió el mensaje siempre vigente de optar preferentemente por los más pobres: no solo por los que no tienen el alimento, sino por los que viven en la pobreza de su vida por no saber o no querer escuchar el lamento y el clamor de los que sufren.

Quiero agradecer a todos los que, de algún modo, desde su conciencia y convencimiento personal y con sentido de comunidad hacen posible que muchas familias puedan tener lo más elemental para poder seguir caminando; mi reconocido homenaje a aquellas personas anónimas (mujeres, hombres, jóvenes, matrimonios, seglares, personas consagradas) por seguir haciendo presente en medio de las dificultades tan graves que estamos teniendo y las venideras que la compasión de Dios sea expresión viva a través de vuestras manos, de vuestra entrega y de vuestra generosidad.

En nombre de los silenciados de la Tierra, de los más pequeños, qué Dios os bendiga.

Dale al play para escuchar la reflexión completa.

Audio: Iván Bermejo, Párroco de San Marcos, Alcalá de Henares.

3 Replies to “Meditación Día 41: Acojamos la mano del Señor que clama auxilio por nuestros hermanos”

  1. Es un acto vital el dar alimento a los necesitados, pero sin olvidarnos que no solo de pan vive el hombre cómo nos enseñó Jesús, también tenemos que dar alimento espiritual acerca de la obra del Señor.
    Gracias de nuevo, Don Iván.

  2. Toda la verdad…la burocracia no permite que muchas personas que necesitan de verdad una ayuda puedan aprovechar….es una pena…y muchas veces aunque se quiere mucho ayudar de parte de Caritas, la ley no lo permite….es muy triste…
    Una meditacion justo para estos dias ….Gracias….

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