Estos días, convendréis conmigo, se presentan ante nosotros diversas iniciativas, mensajes, videos, audios, imágenes, que en algunos casos pueden llegar a saturarnos. Si los grupos de Whats app se activan pueden hacer posible, incluso, que los terminales móviles lleguen a bloquearse y nuestras mentes también. No obstante, no hemos de restar al esfuerzo su mérito y en algunos casos surgen planteamientos, ideas, pensamientos y conversaciones, sinceramente, muy interesantes.
A través de uno de estos medios, me llegaba estos días de atrás el referente de un escritor norteamericano, autor de más de setenta libros traducidos a doce idiomas, me refiero a Brian Tracy, uno de los más destacados psicólogos motivacionales, sugestivo en sus planteamientos en torno a la autoestima y a la educación motivacional. Una de sus afirmaciones versa en torno a lo que yo quiero hoy transmitiros. Decía Tracy que «las personas exitosas siempre andan buscando el modo de ayudar a los demás». Un enunciado de gran interés y con un marcado carácter cristiano.
En estas jornadas anteriores, en los diversos puntos de meditación que os he intentado transmitir he abundado constantemente en actitudes de compromiso derivadas de nuestra esencia cristiana. Siempre he mantenido, y vuelvo a hacerlo en este momento, que un seguidor y discípulo de Jesús no puede quedarse en la profesión de Fe de la cual ha tenido experiencia. Si se ha producido una verdadera conversión o transformación en su vida, ha de llevarse a la práctica. Si, de veras, nos hemos revestido de Cristo y hemos entrado en una comunión existencial con Dios, nuestra respuesta personal ha de verse plasmada en la vida cotidiana, actualmente en las demandas y llamadas constantes que se nos hacen desde los hechos que vivimos y ante las personas a las que debemos atender. Todo esto significa haber tomado una conciencia comprometida como bautizado y, por tanto, como persona cubierta por el Espíritu de Dios que nos impulsa a hacer algo concreto hacia los demás. Recordad lo que comentábamos estos días anteriores: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo y otras más que irán apareciendo.
Reconocer al otro que solicita mi atención significa distinguir la dignidad que posee, en primer lugar, como persona. Quisiera ahondar en esta cuestión: poner nuestra mirada en el ser humano significa valorar a la persona en sí misma. Muchas, por desgracia, han sido las situaciones vividas en diversas culturas de desprecio a lo que significa el trabajo de las personas por el hecho de la realidad sexuada con la que han nacido, me refiero a la distinción hombre y mujer. La persona en sí misma tiene un valor extraordinariamente importante y esto ha de ser asumido para poder comenzar un diálogo fructífero en orden a un bien común.
En segundo lugar, es de vital importancia que reconozcamos las diferencias de cada persona. Resulta positivo en un diálogo posible la circunstancia que se produce cuando hay diversos puntos de opinión sobre una cuestión o realidad concreta. No debemos apartar a nadie de un encuentro, si este se produjera, por el hecho de provenir de una cultura, lengua, raza, religión u orientación distinta a la nuestra. Si hay voluntad de bien y deseo de reconstruir, debemos aprender a convivir con estas realidades que se entremezclan entre nosotros y que comparten su vida, sus ilusiones, sus esperanzas, su trabajo, su dolor, sus necesidades, sus aportaciones y sus riquezas humanas que, junto con sus vivencias, permiten observar en la diversidad no un enfrentamiento en el que la superioridad sea un obstáculo, sino donde el caminar juntos sea expresión de un apoyo y de una aportación en la convivencia entre los pueblos.
En tercer lugar, hay que estimar la conciencia personal como elemento constitutivo de la persona. Si actuamos en conciencia, esto supondrá que lo que hagamos o digamos nacerá de un pensamiento y de un desarrollo medido y calibrado por una serie de principios y valores asumidos en nosotros mismos que desean un bien y que, sobre todo, miran por una edificación de estructuras sociales, morales, éticas y religiosas donde lo bueno, lo verdadero, lo bello permita no desestimar ninguna sensibilidad que se oriente en este camino.
Por último, por utilizar un término kantiano, saber que la dignidad de la persona es un fin es sí misma, no un medio. Evitando que los demás se aprovechen de ella, pues se caería en la manipulación y en la utilización de la propia persona.
Si partimos de estos referentes y los revestimos de una forma de vida cristiana, tendremos como horizonte en nuestra vida una misión dura, pero satisfactoria desde el punto de vista de lo que hoy se nos pide a los creyentes. ¡Ah! Y no lo olvidemos, todo ello teniendo como base la caridad, pues como nos recordaba Madre Teresa «la falta de amor es la mayor pobreza del mundo».
Dale al play para escuchar la reflexión completa.
¡Magnífica y sugestiva meditación…!…¡ me sobran palabras!.
Usted lo ha dicho todo….pero conociendole unos años , es una cosa que yo lo digo con toda mi conciencia » Usted si que es un hombre generoso».
Lo dicen sus hechos atravez de el necesitado, que asi como usted lo ha dicho «no tiene que perder su dignidad «nunca.Y eso tiene un nombre : AMOR.
Gracias padre Ivan.