Joseph Heller es un novelista norteamericano conocido fundamentalmente por ser muy crítico en su momento con la ética militar de su país en la guerra del Vietnam. Una de sus obras más importantes refiere este hecho. Heller tiene un pensamiento que me resulta interesante ofreceros en el día de hoy y con el cual poder reflexionar con vosotros: «Lo esencial es romper el silencio y el agua de los grandes mutismos».
El mutismo, como bien sabéis, es un silencio voluntario o impuesto en un momento determinado ante una realidad o circunstancia pasajera o más o menos permanente. Todo lo contrario a lo que el Señor, a través de su Espíritu, invita hacer a sus discípulos. Él nos envía a explicar al pueblo las palabras de vida. ¿Y qué palabras son estas, podéis preguntaros? Ante este interrogante os diría: ¿Habéis buscado en vuestro interior? Si hemos tenido una experiencia de búsqueda y posteriormente de encuentro con el Señor, ¿dónde están esas palabras que hemos de saber transmitir y ofrecer a los demás?
San Agustín de Hipona decía que «en el interior del hombre habita la Verdad». La experiencia del encuentro con Jesús ofrece como resultado el descubrir la Verdad, una Verdad que libera, que salva, que ofrece unas posibilidades que van más allá de cualquier esfuerzo humano; una Verdad que descubre caminos posibles para poder seguir trabajando nuestra propia vida personal y para seguir construyendo un concepto de civilización renovada y transformada por completo. Es este el sentido que Jesús quiere expresarnos cuando nos envía a evangelizar, cuando nos dice que hablemos de sus enseñanzas a las personas que tenemos a nuestro alrededor, a este mundo de hoy que está sediento y que necesita un agua pura y eficaz que sacie su sed. Esta agua que hemos de llevar es un agua distinta, pues sacia, limpia, nos hace huir de los silencios y nos compromete con esta realidad tan difícil que contemplamos día a día, momento a momento.
Hoy muchas personas se preguntan (y así me lo indican en algunas conversaciones telefónicas que tengo con ellas) por el juicio de Dios, incluso hay quienes dicen si esta pandemia no será parte de ese juicio de Dios. Ofrecer el agua de la Verdad significa calmar esa angustia y expresar esa palabra llena de profundo significado en boca del propio Jesús. Dios no ha enviado al mundo a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve.
Desterremos esas afirmaciones arcaicas donde el juicio inmisericorde de Dios se presenta ante nosotros como un látigo que nos persigue y nos acecha haciendo que nuestra relación con Él sea de una sumisión de esclavitud y de servidumbre irracional. No es esto, ni mucho menos, lo que Cristo nos explica con sus palabras: «No os llamo siervos, os llamo amigos».
Nuestra época y el contexto social que estamos atravesando demanda de nosotros un obrar conforme a la Verdad, una Verdad que nazca del encuentro, insisto, con quien es la Verdad y la Vida: «Tus palabras, Señor, son Espíritu y Vida». Si las acciones que realizamos ahora mantienen la sintonía con el único referente que puede sostener al mundo, nos acercaremos a la Luz y en esas actuaciones que hagamos seremos transmisores y vectores de esa Luz divina porque estaremos respondiendo en conciencia, de forma recta, honesta y sencilla con un compromiso nacido del interior y estaremos prestando un servicio extraordinario al mundo y tremendamente necesario.
El mutismo, el silencio, el mirar hacia otro lado, no prestar aliento de vida a quienes más lo están necesitando, no dar de beber al que necesita el agua de vida interior y no practicar la caridad con los pobres de la Tierra harán que la oscuridad se pose en nuestro corazón y que el silencio de Dios pueda presentarse como una posibilidad, circunstancia esta que no es real, pues Dios sigue llamando y clamando justicia, atención, paz, fraternidad, sabiduría, respeto a la vida y petición de oración ante aquellas personas, momentos, realidades, situaciones de vida que exigen ser iluminadas por el resplandor de su luz y que deben ser saciadas con el agua de su palabra.
Con el Papa Francisco, yo también le pido al Señor que nos enseñe a tener con el corazón una gran adhesión a la Verdad y también con el corazón, una gran comprensión y acompañamiento a todos nuestros hermanos que están en dificultad.
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La palabra del Señor tiene que evidenciarse en nuestros hechos conforme a los demás, así haremos bien con nuestro prójimo a la vez que con nosotros mismos.
Gracias por iluminarnos, Don Iván.
Buena meditación y exigente indicación…¡ estaremos en ello, Padre !…
El «mutismo «, el mirar al otro lado , el silencio , es LO PEOR QUE NOS PUEDE PASAR. Y ES DOLOROSO PARA LOS QUE SUFREN…Mi pregunta es como se sienten los que saben y no actuan como hombres o mujeres de FE ? Muy bonita la meditacion…es para MEDITAR…
GRACIAS padre Ivan.