«Una vez un hombre rico le entregó una cesta de basura a un hombre pobre. El hombre pobre sonrió y corrió con la cesta, la vació, la llenó de flores y se la llevó de vuelta. El hombre rico se asombró y le preguntó:
– ¿Por qué me has dado flores si yo te he dado basura?
Y el hombre pobre dijo:
– Porque cada uno da lo que tiene en el corazón».
¿Qué tenemos en nuestro corazón para dar? Si somos ricos por dentro, nacerán de nosotros deseos buenos que se traducirán en obras en favor de los demás. Si, por el contrario, nuestro interior está ennegrecido por el hollín de nuestra miseria personal, lo que nazca de ahí serán propósitos cargados de una negatividad que nada ayudarán, ni tan siquiera, a la propia persona de la que surgen.
Muchas y variadas son las necesidades que nuestro mundo, que nuestra sociedad demanda hoy. Los creyentes somos urgidos a estar a la escucha de esas llamadas que se producen desde nuestros semejantes. ¿Qué sentido tendría hablar de caridad como expresión espiritual que mana de un encuentro y experiencia radical con Dios si no existe una concreción real en la ayuda que hemos de prestar a quien nos pide auxilio?
Un mismo corazón y una misma alma. Esta era una nota distintiva de las primeras comunidades cristianas. Esta unión nacida del amor profundo a Dios y del seguimiento incondicional a Jesús resucitado es la que hace posible el que todos vayan en la misma dirección y atiendan las dificultades más elementales que surgen entre sus hermanos.
Resulta conmovedor pensar como miles y miles de personas se adherían al mensaje de Jesús. ¿Por qué? Porque la Fe acompañaba a las obras y su identidad como cristianos no estaba adulterada. Se vivía con sencillez, con humildad, siempre cuidando a aquellos que más lo necesitaban, escuchando el lamento de quienes pedían socorro para poder salir adelante. No era una Fe de vitrina o de exposición. No era una Fe teórica. Era una Fe vivida más allá de un sentimiento sin más, era la expresión de un amor fraterno que traspasaba todo tipo de fronteras.
Hace unos días veía la ayuda que se prestaba en unos lugares muy empobrecidos de Argentina donde unas religiosas se dedicaban a la ayuda de los más pequeños desde la infancia sobre todo, hasta la preadolescencia. Les ofrecían una educación y unos valores que les permitieran hacer frente a la vida tan complicada que ya desde sus casas y desde sus hermanos más mayores observaban. Desde muy jóvenes eran ofrecidas las niñas como prostitutas para conseguir dinero con el cual poder mantener a la familia. Muchas de esas jóvenes eran madres a edades muy tempranas y prácticamente no podían disfrutar de una infancia merecida tal y como nosotros podemos conocerla hoy en nuestra sociedad europea. Los niños, por su parte, desde muy jóvenes se dedicaban al tráfico de droga. Muchos de ellos no llegaban a la edad adulta.
La situación de miseria que se observaba en las calles de aquel lugar contrastaba con el centro de la ciudad donde prevalecían las motocicletas como medio de transporte habitual y donde se veía un nivel algo más desahogado.
Estas religiosas tenían, a su vez, una capilla donde junto con un dispensario ofrecían el desayuno a los niños de otro barrio aún más empobrecido. Un mismo corazón, una misma alma puesta al servicio de Dios en los más necesitados.
No pensemos que esta situación puede estar muy lejos de nosotros. No tenemos un conocimiento cierto de cuál va a ser la situación real en la que quede la vieja Europa y los llamados países más desarrollados. Hace poco me comentaban que ya en nuestro país se producen hurtos en los carros de comida de las grandes superficies comerciales. Cuando el hambre aprieta y hay que mantener una familia y no se tiene trabajo ni dinero, las consecuencias son, lamentablemente, estas.
Seamos receptivos y, más que solidarios, consecuentes con nuestra Fe aquellos que la tenemos. No hagamos oídos sordos o tapemos nuestros ojos ante estas realidades de necesidad y sufrimiento que van apareciendo ante nosotros y que, seguramente, surgirán cuando pasemos esta etapa de confinamiento.
Compartamos lo que tengamos, no demos lo que nos sobra y seamos desde nuestro corazón y desde nuestra alma muy sensibles a la ayuda que demandarán nuestros hermanos más necesitados que, recordemos, son también hijos de Dios, nuestro Señor. Él ve nuestro interior y seguro que nos lo agradecerá.
Marianne Williamson, fundadora de un movimiento de ayuda en la entrega de alimentos a personas confinadas en sus hogares con Sida u otras enfermedades terminales, fundadora del proyecto «Angel Food», dice que «nada libera nuestra grandeza como el deseo de ayudar y de servir».
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Gracias una noche más. Por esta Meditación. Por ayudarnos a llevar esta situación un poco mejor.
Hasta mañana Don Ivan
¡ bella y aleccionadora «mirada» hacia la realidad que nos rodea …! Y una no menos estupenda «invitación»…¡ gracias ,de nuevo.., Padre!
Que bonita lección bíblica, donde se nos enseña que hay más felicidad en dar que en recibir, aún más cuándo se lo hacemos a uno de nuestros hermanos se lo hacemos a Jesús.
Gracias por esta guía diaria, Don Iván.
Gracias padre Ivan…genial el inicio de su meditacion…
Seguiré compartir buenas intenciones, sentimientos de alegria , aunque aveces yo no lo recibo …Ahora tengo la respuesta …
Es una cosa que no se debe olvidar nunca…
ICREIBLE….TAN FACIL ERA DE ENTENDER…