Hace unos días volvían a emitir una película que considero bastante interesante, no solo por la historia basada en hechos reales que cuenta, sino también por la música de uno de los mejores compositores que han trabajado para el mundo del séptimo arte, me refiero a Ennio Morricone. La película se titula «La misión» y fue dirigida por Roland Joffé en el año 1986. Este director es conocido en nuestro país, de manera más reciente, por otro trabajo vinculado a la persona de un santo español, me refiero al film «Encontrarás dragones».
Los sucesos que se relatan en la película de este director presentan la labor de unos misioneros Jesuitas en lo alto de las cataratas del Iguazú con la evangelización de los indígenas conocidos como guaraníes y que tiene como telón de fondo el tratado de Madrid del año 1750 entre España y Portugal.
Dejando a un lado esta historia, quisiera compartir con vosotros un pensamiento, junto con este ejemplo, nacido de un mensaje que el mismo Jesús realiza a través de la llamada que hace a la Iglesia naciente para continuar la labor de evangelización y apostolado en el mundo entero. Dice Jesús: «Id al mundo entero y anunciad el Evangelio».
Muchas han sido las iniciativas que a lo largo de la historia de la Iglesia se han realizado y que han tenido una impronta extraordinaria. Hablar de Dios y de Jesús, así como del mensaje contenido en la Buena Noticia que nos ha dejado como un precioso legado es una de las encomiendas fundamentales de la vida de la Iglesia. Nuestra fe no ha de ser vivida en soledad, ni mucho menos ha de ser privativa de unos pocos. La apelación constante del Señor nos invita a que salgamos de nuestro posible ensimismamiento y demos un testimonio comprometido de aquello que hemos experimentado. Si estamos convencidos de ello, tengamos la seguridad de que esa acción que hagamos en favor de quienes deseen escuchar este mensaje será extraordinaria y lo sembrado dará su fruto, un fruto bueno que podrá multiplicarse de manera considerable.
Ahora también podemos ser misioneros. La palabra «misión» proviene de un verbo latino, el verbo «mito» que significa «enviar». Y podréis preguntaros: en esta situación de confinamiento, ¿cómo puedo ser misionero?
Aunque no parece importante, lo primero que hemos de hacer es mirar al mundo y preguntarnos ahora, en este momento: ¿qué necesita nuestro mundo? Cada cual tendrá que darse una respuesta desde su conciencia y desde su corazón. El mundo necesita, ante todo, personas convencidas de la importancia de saber transmitir esperanza y esto, como dirá el Papa Francisco, «se hará como Jesús: conquistando corazones». No seremos nosotros quienes los conquistemos, ni mucho menos, será el propio Señor; nosotros seremos sus instrumentos.
En segundo lugar os sugeriría pensar en poner en el centro de nuestra vida la Fe de la salvación de Dios en Jesús que ha brotado de la cruz. Así se lo comentaba el Santo Padre a los misioneros Combonianos cuando celebraban su capítulo general: «Si nuestra Fe ha transformado nuestra vida, ser misionero ahora significaría comportarnos de acuerdo a este don, a este regalo que hemos recibido y que nos ha transformado por completo». No podremos decir nunca que somos cristianos y, por tanto, seguidores de Jesús si actuamos al margen de lo que construimos, de lo que profesamos, de lo que creemos… siempre desde nuestra Fe.
Vivir con Cristo resucitado y desde Cristo resucitado supone entender uno de los principios fundamentales de cualquier acción misionera. Decía el apóstol de los Gentiles, San Pablo, cuando anunciaba el mensaje del Evangelio: «No soy yo, es Cristo quien vive en mi». Es así como resulta enriquecedor ese anuncio y es desde este planteamiento desde donde hacemos presente la liberación de cualquier mal que pueda acecharnos o que pretenda imponernos una forma de vida pesada o difícilmente llevadera. Ese anuncio supondrá volver a hacer presente a Dios como principio y fundamento de todas las personas y de todas las realidades o situaciones que nos rodean.
Y por último, os sugeriría pensar en cómo darse a los demás sin pedir nada a cambio. Para ello será necesario reconocer a los que comparten su vida con nosotros como personas. No hemos de enjuiciarlos por cómo viven o cómo piensan, ni tampoco por cómo actúan, aunque a veces suponga esto una complicación para nosotros. Es mucho más fructífero caminar a su lado, hacerse presente en sus realidades e intentar presentar una forma de vida singular y provechosa: singular porque nace de lo alto y provechosa porque enriquece la vida personal y hace crecer sobremanera el sentido de fraternidad y de caridad entre nosotros.
Yo recuerdo un pensamiento de uno de los Cardenales de nuestra Iglesia de España que decía que «hemos de recordar que la Fe se expone, no se impone». Si comenzamos desde abajo, desde los más cercanos (desde nuestras familias y amigos), esta realidad que ahora vivimos aportará una enseñanza extraordinaria y nos habrá abierto un horizonte sobre el que poder seguir trabajando con ánimo y espíritu renovado.
Recordemos, como decía San Ignacio de Loyola: «Quien lleva a Dios en su corazón, lleva el cielo en él adonde quiera que vaya».
Dale al play para escuchar la reflexión completa.
¡Preciosa y alentadora meditación para una fructífera misión!…iigracias, Padre!!
Un post muy interesante. Muchas gracias por la información. Reciba un cordial saludo.