El Señor se dirige a sus discípulos con un deseo de paz: «Paz a vosotros».

La Madre Teresa de Calcuta afirmaba, con no poca frecuencia, que «en el mundo de hoy no necesitamos ni armas ni bombas para llevar la paz; necesitamos amor y compasión», un llamamiento que el santo Padre, a lo largo de las celebraciones de esta Semana Santa, ha repetido en varias ocasiones. Un mundo mejor y más justo se construirá con deseos de paz, expresados en el amor y en las acciones de caridad hacia los otros. La violencia, las armas, la guerra destruyen todo anhelo por generar convivencia, fraternidad, ilusiones, proyectos…, en definitiva, vida.

La paz de la que nos habla Jesús no es una paz teórica o utópica en el sentido negativo e irrealizable, la paz de Jesús es la paz de Dios y está unida a la verdad, a la justicia, al bien común, al respeto a la convivencia de todos los pueblos. El seguidor de Jesús ha de esforzarse sobremanera en esta imitación de Cristo. Desde nuestra fe profunda asistida por la gracia de Dios presente en nuestra vida, hemos de desear, como repetía San Francisco de Asís: «Señor, hazme instrumento de tu paz». Solo si tenemos la convicción profunda de tener paz en nuestro corazón, podremos transmitir esa paz que hace posible la armonía, la concordia, el entendimiento, el diálogo.

Vivimos una situación incierta, con un futuro complicado, pero nuevamente os insisto en mirar el horizonte de una forma esperanzadora. Nuevamente os insisto en la necesidad de confiar en Dios. El Señor nos dice también a nosotros: «¿Por qué os alarmáis? ¿Por qué teméis? Con nosotros está la seguridad de la presencia de Dios que camina a nuestro lado.

Pau Casals decía que «la tierra se vuelve cielo cuando liberamos nuestro miedo». Lo principal en la vida es no tener miedo de ser humano y desde de aquí es desde donde debemos superar el temor que pueda aparecer en estos momentos delicados. Si somos capaces de humanizarnos y trabajar por seguir aprendiendo y creciendo, las dudas desaparecerán, los miedos se superarán, trabajaremos con mejor aprovechamiento en lo que hoy más que nunca se necesita. Esto es en ser guías de esperanza, guías de sueños posibles. Para ello el Señor resucitado en estos días nos ofrece su mano e invoca al espíritu de Dios para que haga posible el que seamos capaces de abrir nuestro entendimiento y, a la luz de Dios, podamos realizar todo esto que llevamos en nuestro corazón, todas estas acciones que son nobles, buenas, diría yo, que son sagradas e inviolables pues se referencia a la persona, criatura de Dios, amada y querida desde siempre por Él.

Si hacemos el esfuerzo de comenzar a pensar en esta construcción nueva de un mundo distinto desde esta perspectiva, si no nos olvidamos de Dios y ponemos todo en sus manos, las diversas circunstancias, situaciones, realidades, modelos de todo tipo (social, económico, moral, de relaciones humanas y tantos otros) volverán a hablarnos desde una perspectiva totalmente renovada con un único fin y objetivo: que todos podamos llegar al conocimiento de la Verdad y experimentar y vivir lo que significa la libertad, una libertad, tal vez, en otro momento poco valorada, pero rescatada ahora: la libertad de los que nos llamamos hijos de Dios.

Decía Salomón que «donde hay soberbia, allí habrá ignorancia; mas donde hay humildad, allí habrá sabiduría». Trabajemos en ello invocando al espíritu de Dios para que con sus dones y carismas siga asistiendo a nuestras civilizaciones y para que haga posible que, desde la capacidad de abrirnos a la realidad de Dios siempre presente en su creación y ante sus criaturas, no permita que nada ni nadie pueda separarnos de Él.

Este esfuerzo que podemos comprender como inalcanzable, resulta posible si no solo confiamos en nuestras fuerzas. Solos no podremos llevarlo a cabo. Para ello necesitamos el auxilio de Dios y una colaboración de todos; juntos podremos hacerlo posible. Tengamos en cuenta que a partir de ahora ya nada será igual. Esta experiencia está haciendo madurar y pensar muchas circunstancias que anteriormente no se tenían en cuenta.

Si deseamos contribuir a un cambio, a un cambio posible en nuestro mundo, debemos empezar nosotros mismos por iniciar ese cambio desde el interior hasta los aspectos que puedan resultarnos más insignificantes. El Papa Francisco afirma que «el testimonio cristiano es hablar con el Señor con alegría, pero también con la alegría de la propia vida», es decir, hacer con mi vida lo que dice el Señor. Aquí está el modo de emprender un nuevo camino:

– ¿A quién hemos de mirar como referente? A Jesús.

– ¿Cuál es la actitud de vida que yo he de tomar? La del Señor.

– ¿Cómo será mi comportamiento? Mírale a Él.

Como plan de vida, las Bienaventuranzas del Reino; como arma fundamental, la oración al Padre y como fuerza para presentarme ante la vida, el auxilio de Dios a través de su espíritu.

Considero que estas circunstancias que padecemos hoy son un punto de inicio del que podemos entresacar buenos momentos para cimentar donde no había cimientos o para reforzar los que estaban débiles y dañados; para reparar las estructuras personales, sociales, de relación con los otros y asegurarlas para que ninguna tormenta pueda derrumbarlas o perjudicarlas; para recuperar lo que se había perdido y para volver a poner en el lugar que le corresponde aquellos valores que vertebran una sociedad sólida, fiel a sus principios fundamentales y con un profundo respeto a la vida.

Dale al play para escuchar la reflexión completa.

Audio: Iván Bermejo, Párroco de San Marcos, Alcalá de Henares.

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