La octava de Pascua es la semana de la alegría. Las lecturas así nos lo transmiten desde el libro de los Hechos de los apóstoles, pasando por el Salmo responsorial hasta el episodio de Emaús con el cual se cierra el mensaje de la palabra en el día de hoy.
Sé que resulta complicado hablar de alegría en estos momentos, pero debo recordaros una vez más que no es la alegría humana la que refiere la Pascua, es la alegría que mana de una esperanza, de un gozo más profundo que dice de la presencia y del recuerdo de Dios para con nosotros. Es desde aquí, insisto, desde donde hemos de vernos y situarnos en estas jornadas dedicadas a la contemplación del hecho victorioso del Señor resucitado.
Al igual que Pedro y Juan ante aquel lisiado de nacimiento que situado en la puerta hermosa del templo de Jerusalén pedía limosna, también nosotros no podemos ofrecer grandes cosas, pero sí podemos hablar de esta alegría inmensa que nos renueva por dentro desde la promesa de no abandono de Dios expresada en la vida nueva de la que nos habla la experiencia de Jesús resucitado.
Buscar continuamente el rostro de Dios ahora está muy unido a leer de manera creyente todo lo que nos ocurre y encomendárselo al Señor desde la seguridad de que somos escuchados por Él.
Yo veo el rostro de Dios en todos quienes nos ayudan en esta pandemia, desde el farmacéutico que nos dispensa las medicinas hasta el responsable del pequeño comercio de nuestro barrio y sus trabajadores. Todos, de algún modo, se encuentran arriesgando su propia salud día a día para que no nos falte lo fundamental. Es cierto que nadie es imprescindible, pero todos somos necesarios en estos momentos y debemos ayudarnos mutuamente y reconocer esa ayuda, cada uno desde la propia parcela en la que se encuentre sabiendo que el horizonte es el bien de las personas.
Cada día veo el rostro de Dios en tantas personas que están realizando una gran labor de tipo social, humana, espiritual, verdaderos pilares de esperanza en estas jornadas cruciales de esta enfermedad. Soy partidario, y me lo habéis escuchado en algunas ocasiones, de que la palabra de Dios y la Fe tengan una dimensión práctica: la Fe sin obras es una Fe baldía.
Este compromiso extraordinario que se realiza con el ser humano, con la humanidad diría yo, es de un valor incalculable. Cuando esas acciones de las que hablamos se realizan con una convicción profunda nacida del interior, movida por una experiencia radical de encuentro con Jesucristo, ese compromiso va más allá, corresponde a una llamada constante que el Señor nos hace a cada uno de los bautizados a que llevemos prácticamente, es decir, de manera efectiva y, también, afectiva la luz del amor de Dios tan necesaria en muchas familias, enfermos y personas que viven aquejadas por algún tipo de dolencia, llámese espiritual, moral o humana. Esto es igualmente hablar de alegría cristiana, diría yo, esta es la auténtica alegría vista y vivida desde Jesús, desde su Resurrección.
Yo le pediría al Señor que se quedara con nosotros en el atardecer de este día:
«Quédate con nosotros, Jesús; háblanos; haz que arda nuestro corazón, que no nos cansemos de escucharte.
Cuando tú nos hablas, el camino se hace más llevadero; la lucha diaria se vence mejor y el ánimo que parece quebrado, vuelve a revivir y termina volviéndose hacia ti, Señor de la vida y de la paz».
El escritor director de cine, de ascendencia judeo-ucraniana, Alejandro Jodorowsky, afirmaba que «sabes si estás en el camino correcto cuando en cada paso sientes la alegría de vivir». Todos hemos tenido esta experiencia alguna vez en nuestra vida, cuando hemos realizado algo positivo hacia alguien, hacia otro, parece que nuestro corazón late de una manera distinta y el sueño se concilia mejor. Tenemos al día siguiente ganas de continuar hacia adelante y sentimos una fuerza interior que nos invita a seguir por la orientación que hemos iniciado, impulsándonos en cada paso o acción que hacemos en hacer algo más y mejor por los otros. Imaginemos lo que supondría la entrega de la propia vida sin pedir nada a cambio, solo y exclusivamente para que podamos tener un mundo mejor, una sociedad más justa o para que todos podamos mirar hacia un horizonte ilusionante, totalmente renovado, lleno de vida y de proyectos que permitan construir una civilización basada en principios y valores inalterables. Resulta apasionante, de verdad, mirar así la vida.
Hoy deseo invitaros a que como los discípulos de Emaús vuestro corazón arda desde lo más profundo de vosotros mismos. Si habéis visto y oído lo que el Señor ha realizado, valoradlo, pensadlo, meditadlo y llevadlo a la práctica. No perderemos el tiempo, os lo aseguro, al contrario, la causa del Reino es perfectamente válida, más si cabe, en estas situaciones y ante estas realidades tan cercanas a nosotros.
¿Quién ha dicho que el cristianismo está trasnochado y que no es una respuesta válida para el hombre y la mujer de hoy? Rompamos estos esquemas y ,como se dice también ahora con frecuencia, rompamos estos bulos y sigamos haciendo posible que la Resurrección se convierta en acción por los demás. Que la luz ilumine, la luz del Señor, y señale y que a la Caridad se la ponga rostro.
Martin Luther King decía: «si ayudo a una sola persona a tener esperanza, no habré vivido en vano». No es mal pensamiento, ¿verdad?
Dale al play para escuchar la reflexión completa.
Gracias Señor por escucharnos y darnos fuerza y alegría para continuar cada día.
Gracias don Ivan por ayudarnos a llevar esto un poco mejor
Preciosa meditación sobre la confianza y el compromiso con el Señor…¡¡ gracias!!