Hoy, tras haber celebrado los misterios de la Pasión del Señor, la Iglesia entera permanece callada y silenciosa junto al sepulcro de Jesús. Aún resuenan en nuestros oídos las palabras que el Señor nos ha dejado en su legado de Buena Noticia en sus años de predicación y, de un modo más fuerte si cabe, palpitan en nuestros corazones sus últimas palabras en la cruz que tuvimos oportunidad de contemplar ayer.

No resulta difícil hacer silencio hoy en las calles de nuestras ciudades. No es extraño asomarse a las ventanas y balcones y observar el vacío de muchos lugares que en una circunstancia normal debieran estar repletos de gente. Parece como si el mundo se hubiera parado ante la muerte de Cristo.

La meditación, por tanto, hoy se palpa en la propia vida. Al igual que los que contemplaron la crucifixión de Cristo, experimentamos un sabor amargo en nuestra vida, pero con un dulzor en el alma que nos lleva más allá de lo visto, que nos conduce a la esperanza. Si la muerte de Jesús terminara ahí, ¿qué sentido tendría todo lo sufrido, todo lo padecido? ¿qué sentido tendrían sus signos y acciones en medio de la historia del pueblo? ¿sería Jesús solo un revolucionario con más o menos impronta, con más o menos significación? No es esto. Bien es cierto que han existido y existen posturas, hasta dentro de nuestra propia Iglesia, empeñadas en presentar la figura de Jesús de este modo, incluso le hacen cercano a planteamientos políticos más o menos recientes. Sería una equivocación pensar esto.

Jesús va mucho más allá de cualquier ideología contemporánea por muy justa o «perfecta» que creamos considerar. Jesús es el Hijo de Dios que ha llorado en la Tierra, que ha compartido su vida con nosotros, que ha predicado el Reino de Dios y lo que él contiene, que ha hablado con una autoridad no suya, sino que le ha sido dada desde lo Alto. Cristo es el ungido de Dios, es el señalado de Dios, su enviado que cumpliendo las Escrituras y las profecías que hablaban sobre Él desde antiguo, se entrega en el madero de la cruz para abrirnos las puertas del Cielo. Y esta es la esperanza que nos hace hoy estar expectantes ante la promesa que sabemos segura de realizarse dentro de muy poco y que celebraremos con gran gozo y solemnidad durante la cincuentena pascual.

Me gustaría hoy pensar con vosotros en la madre dolorosa, en María. Ella es la que ha sufrido desde lo más íntimo de su ser con su hijo, desde el inicio hasta el final de su vida. Recordando las palabras del anciano Simeón: «A ti una espada te traspasará el alma». He de confesaros que esta expresión siempre ha suscitado en mí unos deseos y sentimientos profundos de unirme a la Virgen María, especialmente en esta jornada, para acompañarla en su padecimiento, en su dolor. Ella, sin lugar a dudas, nos va a conducir hacia la Luz; ella ha de ser para nosotros el camino hacia la Luz. Toda la existencia de María, dirá el Papa Francisco, es un himno de amor a la vida: ha generado a Jesús en la carne y ha acompañado el nacimiento de la Iglesia en el calvario y en el cenáculo.

La Luz que nos ofrece María hoy es la que nos va a señalar el encuentro con Jesús, es el resplandor que en estos momentos de dolor nos ofrece el consuelo para que no nos dejemos llevar por la desesperación o las tentaciones de abandono. Es esta Luz la que nos llevará de la mano como un niño hacia la vida; esta Luz que está a punto de hacerse presente entre nosotros para embriagar de amor al mundo entero necesitado, en estos momentos, del calor de la compañía y de la presencia de Dios, de Jesucristo y de su madre que desde la cruz ya es Madre de toda la Iglesia.

Junto con el Papa quiero compartir cuatro aspectos que nos iluminan junto, también, con María en este Sábado Santo y nos hacen más llevadera la espera, haciéndonos valorar más la Esperanza que no nos defraudará. Estos aspectos son los siguientes:

1.- Caminar con María hacia Jesús nos hace crecer desde el punto de vista humano. Permite que consideremos: ¿quiénes somos? ¿qué respuesta tenemos como ciudadanos? ¿cómo nos hacemos presentes en el mundo de hoy? ¿cómo nos seguimos formando y educamos a los más pequeños y a los jóvenes?

Pensar con María hoy nos hace crecer espiritualmente en cómo aplicamos nuestra Fe a esta realidad que ahora se hace pesada, a veces incluso insoportable, pero necesaria para poder seguir adelante. 

Observando a la Virgen aprendemos en ese crecimiento humano, intenso y necesario que posibilita el encuentro y la experiencia personal y profunda con el resucitado.

2.- Caminar con María supone sabernos sostenidos y ayudados en las dificultades de nuestra vida, incluso hasta las más pequeñas. Si recordamos la trayectoria de la vida de la Virgen tendremos una visión de lo que es una existencia siempre en constante diálogo con Dios: María constantemente recurriendo a quien todo lo puede, a quien, como nos han recordado los salmos de estos días anteriores, es nuestro refugio, fortaleza, defensor del peligro y auxilio en las adversidades.

3.- Caminar con María significa tener la certeza de una ayuda que nos permitirá, como  ella, tener decisiones libres con una confianza plena en Dios; fiándonos de Él, sentiremos la llamada al Sagrario inviolable de la persona que es la conciencia para que esa decisión sea lo más provechosa y justa, para poder hacer la voluntad de Dios en nuestra vida que procurará de nosotros beneficios extraordinariamente importantes en todo orden.

4.- Caminar con María será andar hacia la vida y abrirse a ella, aprender a defenderla. ¿Cómo podemos hacerlo? Con la alegría que brota de nosotros mismos auxiliada por la fuerza de Dios. Así esa alegría tendrá una consistencia segura, con la esperanza en las diversas palabras y acciones que hablen en positivo y con una gran amplitud de horizonte que resulta cada vez más cercano y más ilusionante.

Decía Whitman que «una brizna de hierba no es menos que el camino que recorren las estrellas y que la hormiga es perfecta y también lo son el grano de arena y el huevo del zorzal y que la zarzamora podría adornar los salones del Cielo y que la menor articulación de mis manos puede humillar a todas las esculturas y que un ratón es un milagro capaz de asombrar a millones de incrédulos». Un canto de amor y de respeto a la gran novedad de la Creación que es la vida. Yo también lo creo y, por eso, os invito a cogeros del brazo de la Madre y a caminar con ella y junto a ella.

La hora está próxima. Ya se respira el aire profundo de la visión de la mañana que nos traerá la suave noticia que inundará al mundo entero y ensanchará nuestros corazones agradeciendo al Padre del Cielo el regalo más grande que podamos soñar: la vida eterna, la felicidad para siempre, el gozo sin fin.

Preparémonos ya para gritar desde lo más íntimo de nosotros mismos:

«¡Oh, feliz culpa, que nos mereció tal redentor!»

Dale al play para escuchar la reflexión completa.

Audio: Iván Bermejo, Párroco de San Marcos, Alcalá de Henares.

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