En no pocas ocasiones hablamos de aceptar la voluntad de Dios en nuestras vidas. Parece una frase hecha que, tal vez, no pensamos demasiado. Cuando ocurren circunstancias como las que a nivel local o global estamos viviendo, damos más importancia a afirmaciones, hechos, situaciones personales… que en cualquier otro momento pasan desapercibidas por delante de nuestros ojos.

La Semana Santa no es solo tiempo propicio para la penitencias, pues convendréis conmigo que bastante penitencia estamos llevando cada día de confinamiento, cada día de ruptura con nuestra forma de expresarnos habitualmente, con no poder asistir, algunos de vosotros, a vuestros trabajos, los niños y jóvenes, a sus clases y tantas otras realidades que se han visto afectadas por esta enfermedad. Semana Santa vivida de esta manera significa confiar, aceptar, darse a los demás y centrar con una lectura creyente lo que jornada tras jornada, día tras día, nos ofrecen los demás.

En reflexiones anteriores hemos tenido oportunidad de valorar y profundizar en torno a estos aspectos que hoy recuerdo. Aceptar la voluntad de Dios supone ponernos en sus manos y, aunque no entendamos demasiado, saber que Él no va a dejarnos desasistidos en ningún momento, tampoco ahora. Sí, es cierto y puedo compartir con vosotros que aceptar esa voluntad de Dios puede hacerse difícil. Es cierto que son muchos días de estar encerrados en nuestras casas. Las noticias que íbamos recibiendo no eran alentadoras, hemos tenido semanas muy graves. Ahora la situación va cambiando y parece que avanzamos hacia un fin que permitirá que podamos volver a recuperar nuestra normalidad. A pesar de ello os digo que aceptar la voluntad de Dios trae paz a nuestro interior, ¿por qué? Porque renovamos puntualmente nuestra fidelidad hacia Él y hacemos presente su fuerza en nosotros. Esto ahora, creedme, es de suma importancia para no decaer en la lucha que juntos hemos ido combatiendo desde que apareció esta pandemia en nuestras vidas.

Con nuestra fuerza surgida desde el interior de nuestro pensamiento y, cómo no, de nuestro convencimiento, daremos fuerza también a aquellas personas que así lo necesitan; recordaremos a quienes están solos, a quienes no pueden físicamente relacionarse con nadie; pensemos en quienes luchan por sobrevivir en los diversos lugares de recuperación; pensemos en la fuerza que necesitan aquellas familias que han perdido a sus personas más queridas. Nosotros estamos llamados a ayudarles con nuestra lucha, insisto, también con nuestra fortaleza en esta recta final. 

No nos vengamos a abajo, no nos desanimemos, tengamos un espíritu pronto y seguro que nos permita decirle al Señor: «Tú, Señor, sigues siendo mi salvación, mi refugio, mi fortaleza». Quiero que veáis en estas palabras de hoy un mensaje, que lleno de esperanza, permita vislumbrar un futuro muy cercano donde podamos decir todos juntos: «ha merecido la pena; hemos salido victoriosos de la prueba y hemos aprendido hacer de nuestro mundo, un mundo mejor».

Hoy, seguro, valoramos mucho más lo que no tenemos porque hemos experimentado en primera persona la ausencia de lo que, tal vez, antes no tenía mucha importancia para nosotros o, lo hacíamos como he dicho anteriormente, dábamos esa importancia de forma mecánica. ¿Quién de nosotros no echa de menos un beso sentido y sincero con nuestros padres, muchos de ellos ya mayores? ¿Quiénes no echan en falta el abrazarse con un amigo? ¿Quién no desea poder volver a celebrar con los demás nuestra Fe unidos en los sacramentos y en la oración comunitaria? Valorar, dar gracias por lo que tenemos, esa es la invitación que os hago.

Una gran enseñanza que creo que debemos aprender y enseñar, también a los más pequeños: para poder tener esta fuerza, para hacer esta consideración personal, para poder actuar en conciencia, hoy nos sirve de ejemplo la actitud de Juan, el discípulo amado: sentir el corazón de Cristo. Sintiendo el corazón de Cristo sabremos en todo momento cómo actuar mejor; escuchando el corazón del Señor entenderemos cómo poder decir la palabra apropiada en el momento adecuado; sintiendo la cercanía de Jesús afirmaremos positivamente en nuestra propia realidad personal nuestro compromiso con Dios, con Jesús, con el mundo, con nuestra sociedad, con nuestros hermanos y daremos gracias por tantas cosas recibidas.

Quienes me conocen me han oído decir en bastantes ocasiones que todo tiene un sentido y una razón; no hay nada casual en la vida, tampoco lo es esto. Podremos lamentarnos, podremos tener una actitud distante más abierta, más esperanzadora. Todo dependerá de nosotros. Ponernos en las manos de Dios solo pertenece al ámbito de nuestro interior y estimar lo que vivimos en cada momento y situación es parte del ejercicio de nuestra libertad. Yo intento vivir y apuntarme a esta opción segunda con no pocas dificultades, os invito a hacer lo mismo. Estoy seguro de que el Señor, nuestro Dios, nos lo premiará abundantemente.

El Padre Carlos de Foucauld fue un místico, uno de los llamados Padres de la espiritualidad del desierto. Destacó por su profundidad interior, acogiéndose a la disciplina de la vida trapense. Un hombre de una personalidad espiritual tremendamente inquieta. Tuvo una vida vinculada a los trabajos relacionados con la vida castrense, con la vida militar, hasta tal punto que antes de su conversión se mostraba en constante búsqueda, decía entrando y saliendo de la iglesia: «Dios mío, si tú existieses, haz que yo te conozca». Tras peregrinar a Tierra Santa ingresó en el noviciado y cultivó una profunda obra mística y espiritual que nos ha llegado hasta nuestros días. Uno de sus pensamientos fundamentales y de la síntesis de su vida queda reflejado en la denominada «Oración del abandono». Decía el Padre Carlos de Foucauld: «Pongo mi vida en tus manos; te la doy, Dios mío, con todo el amor de mi corazón porque te amo y porque para mí, darme, entregarme en tus manos sin medida es una gracia abundante. Con infinita confianza porque tú eres mi Padre.»

Dale al play para escuchar la reflexión completa.

Audio: Iván Bermejo, Párroco de San Marcos, Alcalá de Henares.

One Reply to “Meditación Día 24: Valoremos lo que tenemos y demos gracias”

  1. Verdaderamente, esta Semana Santa debe ser un principio de cambio consciente y comprometido, es una experiencia , es una realidad vivida y vívida que no está mostrando un camino de renovación y co fianza, desde el Amor y la Confianza en el Amor de Dios…¡¡ Gracias, Padre, por compartir sus reflexiones y su esperanza!!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *