En este Lunes Santo la palabra de Dios nos introduce en los denominados «Cánticos del siervo de Yahvé», que son un conjunto de textos extractados de la profecía de Isaías y que hablan de un siervo que padece una serie de sufrimientos con valor redentor. Es desde de aquí desde donde hoy pretendo iniciar con vosotros esta reflexión.

El autor del texto nos refiere al siervo de Dios como aquél que manifestará la justicia con verdad. Quisiera que nos detuviéramos en estos dos conceptos profundos que dicen bastante más de lo que a primera vista podamos pensar: justicia y verdad.

El término justicia en el sentido veterotestamentario, es decir, referido al Antiguo Testamento, nos sugiere, a pesar de las diferentes opiniones que los teólogos o exegetas mantienen, una más comúnmente aceptada por la mayoría: justicia nos refiere a la rectitud de Dios en su obrar que, evidentemente, no puede separarse de su bondad, de su amor, de su unidad, todas ellas notas constitutivas de su ser mismo. Es decir, estamos hablando del actuar consecuente de Dios.

El término verdad nos introduce a pensar en primer lugar en el valor redentor del Hijo; en segundo lugar, la verdad señalada por parte de Dios en la salvación a través de la muerte y resurrección de su Verbo eterno encarnado y en tercer lugar, es entendida esta verdad como liberación de las ataduras de la muerte y como una llamada clara e inequívoca a la vida en plenitud.

Esta expresión, por tanto, «el siervo manifestará la justicia con verdad» nos abre un campo de meditación personal extraordinariamente importante para que reconozcamos en el inicio del Triduo Sagrado la importancia de lo que vamos a celebrar: el actuar de Dios que no olvida a su pueblo y, por tanto, es el cumplimiento de su compromiso desde el comienzo de los tiempos con toda su creación y, por ello, hace que el envío de su Hijo sea una manifestación de su amor presente en medio de la historia del ser humano para que, con su entrega en la Cruz, nos abra las puertas de la salvación y de la paz.

Así pueden entenderse y tienen sentido las palabras del salmista que sugieren la contemplación de Dios como Luz y Salvación:

La luz de Dios que habita en su Hijo. Jesús es el resplandor de la gloria eterna de Dios que ilumina toda nuestra realidad y nos muestra, a través de su luz, el camino de la perfección que no exento de dificultades, procurará siempre en nosotros un esfuerzo de compromiso y lealtad hacia Dios que tendrá como premio el poder contemplarle y gozarnos con Él para siempre.

Este camino que Jesús nos ilumina, si sabemos aceptarlo y deseamos seguirlo con sinceridad de corazón, será una fuente de vida eterna que ya, desde ahora, comenzaremos a degustar a través de infinitos dones que el Señor nuestro Dios nos ofrecerá en los diversos momentos de nuestra vida.

La salvación de Dios, por otra parte, entendida como respuesta a ese actuar del Padre del Cielo, es comprendida desde la afirmación de Dios mismo, pues quiere que en todo momento el mundo y quienes en él habitamos VIVAMOS en el sentido más profundo del término y lleguemos con su fuerza, que es gracia, al conocimiento de esa Verdad que, como ya he apuntado, resulta liberadora. Y esto es lo que intenta transmitirnos Jesús a través de su Evangelio.

El signo que se presenta hoy nos hace entender el Evangelio no como una muestra de derroche, sino como una señal que realiza María. Judas hablará de ese derroche, pero enjugar los pies de Jesús con un tarro de perfume costoso posee una doble explicación: por una parte, el reconocimiento de quien está presente en su casa, Jesús, a quien días antes le había señalado como resurrección y vida: «¿Crees esto?» Pregunta Jesús a Marta. «Sí, Señor, yo creo» y su hermano Lázaro volvió a la vida.

No es un gesto de hospitalidad sin más el que se realiza en ese lugar del que nos habla el Evangelio, es la afirmación de lo que ya se había pronunciado en la revivificación de Lázaro y que había causado tanto estupor ante los que contemplaban la escena. Es el reconocimiento de la sacralidad de Jesús.

En segundo lugar, en palabras de Jesús, ese gesto que realiza María es un anuncio de lo que ya va a vivirse dentro de muy poco: la entrega de Jesús y su pasión. Será lo que harán cuando Jesús sea bajado de la cruz y entregado a su Santísima Madre antes de darle sepultura. No olvidemos que el sentido de la unción de Jesús está, nuevamente, más allá de lo que aparece representado en el episodio que hoy nos narra el evangelista. Jesús es ungido por Dios para predicar la Buena Noticia y para liberar al pueblo de la esclavitud. Es un sentido metafísico el que aquí se presenta.

En la realidad de nuestra vida, en esta Semana Santa tan peculiar, lo profundo de lo que hemos señalado, ¿cómo puede vivirse? ¿cómo puede ser aplicado en el ámbito de mi vida personal o familiar? ¿qué respuesta puedo darme a mí mismo y a los demás?

En primer lugar, escuchar la Palabra de Dios y comprender con los ojos de la Fe el consejo y el mensaje que se transmite. Nuevamente vuelvo a señalar que la Palabra de Dios se renueva constantemente, es eficaz, pero también es más tajante que espada de doble filo. La escucha es importante, diría yo, esencial.

En segundo lugar, intentar imitar lo que Jesús nos enseña con sus actitudes de vida. Ver más allá significa utilizar la inteligencia que Dios me ha dado para poder hacer bien el ejercicio de elegir lo que Él me presenta y, también, saber escoger.

Y en tercer lugar, pedir insistentemente que el Señor siga iluminando mi vida personal y la vida de los demás. Pedir que ilumine esta situación que vivimos; que ilumine a quienes están haciendo que hoy sea más fácil; que ilumine a los científicos que estudian una posible vacuna, un posible tratamiento; que ilumine a todos, como digo, de forma especial a quienes nos atienden en estos días con gran riesgo de sus vidas.

Juan Pablo II nos dijo: «si quieres la paz, trabaja por la justicia; si quieres la justicia, defiende la vida; si quieres la vida, abraza la verdad, la verdad revelada por Dios».

¡Feliz Lunes Santo!

Dale al play para escuchar la reflexión completa.

Audio: Iván Bermejo, Párroco de San Marcos, Alcalá de Henares.

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