San Lucas afirma que «la Fe no hace que las cosas sean fáciles, sino posibles» y es con este Fe renovada como entramos, junto con Jesús, a la ciudad Santa, a Jerusalén, en este domingo de Ramos atípico, pero cargado de significación, sencillez y humildad.

Desde nuestras casas podemos vivir el inicio de la Semana Santa de muchos modos, la mejor manera, sin lugar a dudas, es la que nos ha recordado el Papa Francisco en la homilía que ha dirigido en la celebración de la Santa Misa: «decir sí al amor sin condiciones como lo hizo Jesús con nosotros».

Si pensamos esta frase, observaremos que acompañando a Jesús en lo que próximamente celebraremos de modo más significado en el Triduo Sagrado, la vivencia de la entrega y la atención por los demás es una máxima que está relacionada siempre con Jesús. No hemos de ver la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén como un signo de grandilocuencia o una victoria singular, entendida ésta desde el punto de vista meramente humano. No es eso. Es la manifestación de la gloria y del honor a Dios en la persona de Jesús reconocido por aquellos niños, los más humildes y sencillos, que se lo gritaban al rey del Cielo, pues reconocían en él al Mesías de Dios. Con esos gritos contagiaban de júbilo a muchas personas que se unían en sus voces para gritar: «¡Hosanna al hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!»; otros echaban sus mantos al paso del redentor del mundo.

El inicio de la Semana Santa este año viene marcado por la singularidad y la excepcionalidad de una situación totalmente nueva para todos. Esta circunstancia hace que renovemos nuestra Fe y, agarrados con fuerza a Jesús, caminemos siempre junto a él, sin dejar que nuestras manos se suelten de su mano y sin dejar que nuestros ojos dejen de ponerse en sus ojos.

Muchos habéis colocado en vuestros balcones la palma o el ramo de olivo queriendo mostrar a nuestra sociedad que estos días son importantes y que comenzamos a vivirlos con un testimonio vital, que no se queda en el simple cumplimiento de la religiosidad litúrgica o devocional, sino que va más allá. Son días de vivencia profunda desde el interior y de demostrarnos a nosotros mismos qué temperatura interior tenemos a la hora de brindarnos para acompañar a Jesús desde la cena de Pascua hasta el huerto de los olivos para compartir con él el camino de la cruz hasta llegar al calvario y meditar junto a María en el Sábado Santo. En el desierto de nuestra vida lo que va a ser un canto de esperanza en la noche de la Vigilia Pascual cuando la luz de Cristo resucitado brille con un resplandor único y siga alumbrando las necesidades y los momentos venideros.

El ejemplo de los Santos, hoy de modo especial, de los mártires que entregaron su vida por amor a Jesucristo sin miedos o temores son los que han de acompañar la reflexión de estos días y si la soledad o el abatimiento o la desesperación aparecen ante nosotros, entendamos que si nos abandonamos a las manos de Dios, Él sabrá descubrirnos dónde se encuentra la respuesta y nuestros ojos volverán a ponerse en Jesús, quien, desde el árbol de la cruz como hemos escuchado en el Evangelio, implora a Dios invocando el Salmo: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Es ahí donde hemos de ver la entrega de Jesús que haga que reaccionemos para que valoremos, en su justa medida y con sentido profundo, lo que hizo por nosotros y descubramos lo que es realmente importante.

No seamos ciegos a esta realidad que hoy se presenta ante nosotros como una fuente inagotable de misericordia, que se derrama incansablemente en cada una de nuestras personas y en el mundo entero.

La gota de amor que pongamos en los diversos momentos de la jornada, los actos que realicemos y las necesidades o a las personas que atendamos serán como cada una de las hojas del ramo de olivo que hemos agitado al paso de Jesús. El amor que tengamos en lo que digamos o pensemos será como el nudo que se entrelaza en la palma que hemos puesto en los balcones y será el recuerdo que hemos adquirido del compromiso activo con el Señor ahora y por siempre.

Os invito a que vivamos unidos estos días, más que nunca con los que pasan dificultades en su salud o en sus vidas por esta pandemia que vivimos. Hagámoslo juntos, sintamos que esa oración se va encadenando paulatinamente, cada vez con más fuerza, e invoquemos al Señor nuestro Dios, pues la fuerza que nos viene de Él sostiene nuestras vidas y nos invita a seguir caminando a su encuentro.

San Juan María Vianney, el santo cura de Ars, decía que «la gracia de Dios nos ayuda a andar y nos sostiene; nos es tan necesaria como las muletas a un impedido».

¡Feliz Domingo de Ramos! y ¡Feliz y Santa semana!

Dale al play para escuchar la reflexión completa.

Audio: Iván Bermejo, Párroco de San Marcos, Alcalá de Henares.

One Reply to “Meditación Día 22: Abandonémonos a las manos de Dios”

  1. Preciosa y alentadora, como todas las anteriores. Gracias, Padre, por sus indicaciones para vivir esta Semana Santa tan especial, en la que la dimensión y significado principal adquiere mas trascendencia espiritual que nunca…¡ trataremos vivirla!

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