Existe una persona reconocida por su compromiso social, ético e intelectual; filósofa, ensayista, a quien tras mucho tiempo se la reconoció su obra poética: María Zambrano. Uno de los pensamientos que la acompañó durante toda su vida era éste: «el que obtiene la unidad, lo obtiene todo».

Esto mismo es lo que hoy os invito a considerar a las puertas de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, cuando faltan muy pocos días para que comencemos las celebraciones principales del año cristiano, el llamado triduo sacro o sagrado. Es la llamada que hoy nos hacen los textos Sagrados, los textos bíblicos, a considerar toda una unidad temática desde la primera lectura correspondiente al profeta Ezequiel, considerado el profeta del destierro, que anuncia al pueblo una promesa de Dios hasta el Evangelio, teniendo como nexo de unión el Salmo responsorial que nos habla de la necesidad de entender la acción de Dios presente en medio de su pueblo, no solo como valedor, auxilio o fortaleza, sino como una interpelación constante para congregarnos, para reunirnos, para conducirnos y para poder hacer que nos gocemos en la salvación que proviene de Él a través de su hijo Jesús quien, a su vez, es señalado por Caifás que es quien anuncia su pasión inminente ante la incertidumbre de los sumos sacerdotes y fariseos. Será en la muerte de Jesús donde se realice este oráculo profético acerca de la reunificación del pueblo.

Es desde aquí, desde donde partimos, desde el esfuerzo de Dios por recuperar a todos sus hijos dispersos por el mundo, como nos recuerda la liturgia eucarística. De ahí nos orientamos al esfuerzo por recuperar la unidad de la Iglesia, empezando por nosotros mismos, por nuestras familias, por las comunidades parroquiales de referencia, en los diversos lugares de acción pastoral, espiritual y humana.

La idea fundamental del Decreto Unitatis Redintegratio, nacido del Concilio Vaticano II, es la de tender puentes hacia Cristo. Es, por tanto, la referencia fundamental al esfuerzo por vivir la unidad deseada por el mismo Señor que nos recordaba: «Qué todos sean uno como el Padre y yo somos uno».

Ciertamente, compartiréis conmigo, en el mundo en el que desarrollamos nuestras vidas hablar de unidad es complejo, no es nada fácil. La diversidad de planteamientos, en no pocas ocasiones, originan modos de comprender la realidad distintos, diversos y lejos de llegar a un posible consenso y ver un enriquecimiento en dichos planteamientos, surge la confusión, las decisiones impositivas, en definitiva, la desunión.

¿Qué hacemos nosotros como creyentes, como discípulos de Jesús, que es, en definitiva, lo que significa ser cristiano? ¿Cómo respondemos a este gran desafío de nuestra humanidad que, por otra parte, también se produce, por desgracia, en el seno de nuestra Iglesia? La respuesta no es nada sencilla. Tendremos que reflexionar puntualmente sobre cada una de las situaciones que vivimos y de las diversas respuestas y planteamientos que hacemos cuando surgen estos interrogantes presentes en nuestra vida cotidiana. Lo que en estos días vemos en las respuestas varias que se ofrecen en nuestra sociedad, asolada por el llamado Covid-19, pueden ser un buen elemento que nos ayude en la meditación personal al respecto.

Quiero señalar y compartir con vosotros algunos puntos o elementos que nos ayuden en este sendero que quiero recorrer hoy con vosotros: la fraternidad.

En primer lugar, hablar de fraternidad sin más puede resultar un concepto «empleado al uso», pero que no valoramos en profundidad lo que lleva consigo como elemento extraordinariamente potencial y activo en contextos como los que vivimos día tras día. Si este concepto habla de universalidad nos ha de seducir mucho más y ha de elevar nuestro espíritu, dándonos una fortaleza mayor, pues es en esta forma de entender el hermanamiento de todos los pueblos desde donde nos unimos y combatimos cualquier mal o enfermedad que acecha nuestra existencia.

Las diversas iniciativas que vemos estos días permiten que, más allá de posibles pensamientos dispares, haya algo que nos una y esto es el respeto por la vida humana y todo lo que conlleva como valor fundamental.

En segundo lugar, la fraternidad universal, que es más fuerte y profunda que la solidaridad, pues es un valor trascendental que nace de lo más profundo de Dios mismo, nos lleva a considerar la acción del amor, entendido desde la caridad, en un ejercicio práctico de atención a las necesidades más inminentes de nuestros prójimos. Las donaciones y las atenciones particulares e institucionales son una buena muestra de lo que pretendo señalaros. Ojalá esta situación haga de nuestro mundo un mundo mejor y que las personas que en él vivimos sigamos atendiendo la llamada de auxilio de aquellos que nos necesitan.

Estas dos dimensiones permiten que vivamos unidos ante un mismo frente común, no dejan de ser llamadas de atención que debieran responder, ahora y siempre, a superar cualquier desavenencia en los diversos ámbitos de gestión social para que, desde la unidad y la responsabilidad como ciudadanos del mundo y habitantes de este hermoso plantea Tierra y los creyentes como hombres y mujeres de Fe, rememos todos hacia un mismo destino, como nos recordaba el Papa Francisco, que no es otro más que el bien común de nuestro mundo, la justicia social y el posibilitar que no existan diferencias económicas, religiosas, culturales, sociales, ideológicas que nos permitan hacer posible una convivencia más justa, equilibrada y unida entre sí.

Lo he manifestado en una meditación anterior: creamos que esto es posible; vivamos esta realidad de confinamiento y esta Semana, que se va a inaugurar ya dentro de muy poco, como una oportunidad para poder cambiar nuestra forma de pensar y abramos el corazón y el entendimiento para que sintamos que esto que nos ocurre, no como algo sin más, como una pandemia, que lo es, sirva para que lo interioricemos como un tiempo magnífico de renovación interior, con la esperanza de que todo vaya a ir mejor.

Qué la unidad en todos los ámbitos sea posible y lo que hoy es un deseo pueda vivirse y verse realizado más pronto que tarde, con la única intención de poder construir un mundo nuevo y poder hacer creíble, nosotros como cristianos comprometidos en el mundo, el mensaje de Jesús. Si nosotros, como personas de Fe, ponemos nuestro empeño y comenzamos a practicarlo, aportaremos nuestro grano de arena en la consecución de este noble objetivo.

La autora de los famosos libros de Harry Potter, J. K. Rowlling, decía: «seremos tan fuertes como unidos estemos y tan débiles, como lo divididos que estemos».

Dale al play para escuchar la reflexión completa.

Audio: Iván Bermejo, Párroco de San Marcos, Alcalá de Henares.

One Reply to “Meditación Día 21: Practiquemos el generoso ejercicio de la fraternidad”

  1. Es un gran tema para un gran objetivo a esforzarnos en » plasmarlo» en esta singular Semana Santa… Es una reflexión necesaria y muy importante, para estos duros momentos que estamos viviendo…¡¡ gracias por ayudarnos a descubrirlo»

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