El Cardenal Marcelo González Martín, en el sermón de las Siete palabras pronunciado en Valladolid en el año 1991, afirmaba que «en la pasión de Jesús hay algo que la hace trágicamente dolorosa. Su madre, la pobre viuda del carpintero, la mujer del pueblo, ella que sobre todas las piedras de su corona añadió la más preciosa, la más bella síntesis, sublime, que puede tener un ser humano. Como madre, ella fue quien tuvo el privilegio de ser cuidada y querida por Dios como nadie, inmaculada, Santa María, la mujer más bella entre todas».

Celebramos hoy el Viernes de Dolores y contemplamos a María junto a Jesús en el camino de la cruz, en el calvario. Cuando los soldados clavaban sus manos y sus pies, allí estaba María Inmaculada. María Santísima que es un tesoro no solo para la Iglesia, sino para la humanidad entera. Ella es la llena de Gracia que está presente entre nosotros para llevarnos, como mediadora, hasta Jesucristo.

Decía un autor protestante que «nuestras Iglesias, las Iglesias protestantes, se mueren de frío porque en ellas falta el calor de la madre». En la historia de la salvación la figura de María adquiere una particular significación, pues no solo vemos en ella a la hija predilecta, a la hija de Sión, sino que contemplamos a aquella que, exaltada por encima de todas las mujeres, es para nosotros camino de encuentro con Jesús y, por ello, camino de salvación. En la persona de María y en su sufrimiento contemplamos el sufrimiento nacido del amor de todas las madres del mundo; es a ellas a quienes hoy quiero rendir un homenaje a través de la Virgen María.

Ella, al pie de la cruz de su hijo, es la muestra más sentida y significada de la compañía que solo una madre saber hacer a su hijo en los momentos de dolor o de preocupación. Todos hemos tenido la experiencia de encontrarnos con nuestra madre cuando en las dificultades de la vida ha salido a nuestro encuentro y nos ha acompañado, a veces desde una distancia cercana; otras, desde una mirada de comprensión; otras, desde una palabra o un consejo que ha reconducido nuestra vida o, al menos, nos ha dado el aliento que necesitábamos para poder continuar y, en no pocas ocasiones, ha acudido a levantarnos de la caída que hayamos tenido por las diversas circunstancias que la vida nos haya podido ofrecer, no todas ellas queridas o deseadas por nosotros.

Es la madre de Dios, que lo es también nuestra, la que en el día de hoy nos invita a renovar gestos de amor y devoción ante ella. Es ella, María Santísima, desde su dolor de madre, la que nos lleva de la mano a Jesús desde Jerusalén a nuestras vidas, a la Jerusalén de nuestras vidas, en esta situación especial que vivimos para que junto con ella entremos en la ciudad Santa y acompañemos a su hijo en estos misterios sagrados que vamos a comenzar a celebrar ya en la tarde de mañana.

Es María la que nos pedirá que la acompañemos en el camino de la cruz para que desde nuestro silencio contemplativo ofrezcamos nuestro confinamiento, nuestras dificultades y nuestras debilidades en el altar de la cruz. Hoy reconocemos el valor de una madre en la Madre del Cielo porque una madre protege, con el mayor cuidado, la vida de su hijo en todos los momentos de su vida. Sus gestos de cariño, su dedicación y, también, toda su entrega hacen que sintamos presentes los brazos de nuestra madre que nos abrigan y nos consuelan.

Una madre nos enseña dede los primero momentos de nuestro existir el contacto con ella, un contacto que se hace necesario para sentir el palpitar de su corazón y no tener miedo. Sentirnos acompañados en lo que va a ser el duro camino de nuestra vida.

¿Quién nos recuerda los consejos de una madre que desea todo el bien, todo lo mejor para sus hijos? Una madre perdona y olvida. En el corazón de una madre no existe el rencor para un hijo suyo. Siempre nos espera, trata de comprendernos, trata de ofrecer nuevas oportunidades para que seguimos hacia adelante procurando en todo momento nuestra felicidad, aunque tenga para ello que darnos su propia vida. Una madre defiende por encima de todo a su hijo, aunque sea, como María al pie de la cruz, con su presencia y compañía espiritual confortando el espíritu y dando oxígeno al alma dolorida y sufriente, pero, por encima de todo, una madre nos ama más que a ella misma, aunque, a veces, los hijos no sepamos verlo o comprenderlo por la dureza, tozudez o egoísmo particular.

Una madre por encima de todo ama y fruto de ese amor extraordinario por su hijo entiende, perdona, cuida, protege, enseña, sufre, olvida y defiende.

Hoy quiero daros las gracias a todas las madres, de modo especial a nuestra Madre del Cielo que nos cuida y protege y que intercede ante su hijo por nosotros, a nuestra Madre al pie de la cruz, y os invito a recordar como decía el poeta, Edwin Chapin, que «ningún lenguaje puede expresar el poder, la belleza, el heroísmo y la majestuosidad del amor de una madre». 

Dale al play para escuchar la reflexión completa.

Audio: Iván Bermejo, Párroco de San Marcos, Alcalá de Henares.

One Reply to “Meditación Día 20: Valoremos el amor de una madre”

  1. ¡ es un bellísimo canto a la Madre, y un reconocimiento del Amor de María , incardinado en nuestras madres!…en un hermoso descubrimiento de la presencia del Amor de Dios entre nosotros…gracias por enseñarnos a «verlo»

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