¿Es posible cambiar el mundo?

Mimi Leder nos plantea, en el año 2000, este interrogante llevado a la gran pantalla. Cuestión que no es novedosa pues, en el transcurso de la Historia de la Humanidad, se nos ha recordado, de uno u otro modo, que hay una necesidad imperante por tratar e interpretar, con otro sentido, la realidad en la que nos movemos y en la cual desarrollamos nuestra existencia.

Haley Joel Osment, conocido por otro trabajo interesante, «El sexto sentido», hace de maestro de ceremonias para hacernos reflexionar en torno a esta interpelación, tan real como necesaria, en el ámbito de una convivencia, francamente, mejorable.

Kevin Spacey interpreta al profesor que, con una pedagogía sencilla pero efectiva, suscita en sus alumnos el interés en un primer momento y el deseo después de aceptar, en primera persona, una enseñanza que se asienta en lo más profundo de quienes lo reciben e intentan dar una respuesta positiva con una intención marcadamente significativa: intentar cambiar, en positivo, situaciones, realidades, mentalidades y lo que resulta más profundo, a las personas.

Helen Hunt, madre del niño Trevor, que descubre esta enseñanza y participa de su Didáctica a pesar de su corta edad, abre un horizonte en el cual nos conduce a los espectadores a un mundo de incredulidad, de desarrollo personal y de deseo de cambio ante actitudes de vida dramáticas, como la violencia de género, sufrida en su propia persona.

Los temas, complejos, que presenta el film son tan crudos como, a veces, resulta la propia vida: la drogadicción, vista como ancla social que impide el desarrollo de la persona; el alcoholismo, salida recurrente para evadirse de los problemas; la violencia contemplada en la falta de respeto entre un matrimonio ya roto; el egoísmo, ante la incapacidad por no saber mirar las necesidades de quienes caminan a nuestro lado y sufren, y la desigualdad social, reflejada en un mundo donde el reparto de bienes queda establecido en función de los intereses de unos pocos, llamados «poderosos».

Todo ello combatido y respondido por la teoría utópica (entendida esta como posibilidad real y cierta) de la generosidad, en el personaje principal y en quienes desarrollan esta idea, de forma altruista y real con la única intención de hacer el bien; la amistad que, como valor emergente, aparece en diversos momentos de la película; la sinceridad para reconocer un error e intentar cambiarlo; el diálogo, muy necesario para aceptar la propuesta y escuchar el mensaje; el afán de superación, expresado en cada una de las personas que aceptan esta encomienda y la fe como valor innato de las personas que desean seguir esta denominada «cadena de favores».

Con un final que nos puede recordar, salvando las distancias pertinentes, a quien inicia hace más de dos mil años no un ideal, sin más, sino una forma de vida que ha transformado, sin lugar a dudas, la faz de la tierra, puede servirnos, este trabajo, como reflexión, debate y puesta en común ante una propuesta, muy necesaria, en virtud de lo que parece haber desaparecido en nuestro mundo y que resulta tan importante para el normal desarrollo de las sociedades y la sana construcción de los pueblos: la atención a las necesidades de nuestros semejantes como hito principal que marque el horizonte de la posibilidad de un mundo mejor, más humano y equilibrado en todos los órdenes.

Para no perdérsela.

Iván Bermejo.

One Reply to “Cadena de favores”

  1. Grandísima lectura de una historia llevada al cine, que nadie debería dejar de ver, sobre todo aquellos que nos atrevemos a llamarnos «seguidores de Cristo». Se puede aprender mucho de este film sobre nosotros mismos.
    Gracias Ivan por recordarnos que debemos dar todo por nuestros semejantes.

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